Menos comida en la basura por un clima mejor
23 de abril de 2019En la panadería Falland, al sur de Leipzig, la vendedora está esperando a Jonas Korn. Este estudiante rescata productos antes de que acaben en la basura. Hoy son en total cinco bandejas con pasteles y diez cajas con panecillos. “Si pusiéramos todo esto en un cubo de basura, se llenaría y contendría 120 litros de desechos”, reflexiona Korn en voz alta.
Para asegurarse de que los productos se distribuyan de forma eficiente, Korn ha venido con tres compañeras de la organización “Foodsharing”. La plataforma online conecta a más de 50.000 rescatadores con empresas que quieren regalar sus alimentos sobrantes.
Los desperdicios alimentarios fomentan el cambio climático
“Según las estimaciones de 2011, un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo terminan en la basura”, cuenta Rosa Rolle, líder del proyecto que se ocupa de la pérdida y desperdicio de alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés). Esto equivale a 1.300 millones de toneladas de alimentos al año que no se consumen. La FAO estima que estos residuos alimentarios tienen una huella de CO₂ de 3,6 gigatoneladas. Estas cifras no incluyen las emisiones de CO₂ producidas por la tala de bosques para la cría de animales o para el cultivo de soja y palma aceitera. Si la producción de alimentos fuera un país, sería el tercer emisor de CO₂ más grande del mundo después de los Estados Unidos y China.
Los que tienen mucho, tiran mucho
Los países industrializados de altos ingresos producen la mayor parte de desperdicios alimenticios. Según la FAO, los europeos tiran unos 95 kg per cápita al año. En los países africanos de bajos ingresos, al sur del Sahara, son solo 6 kg.
La producción de algunos alimentos consume más recursos que otros. La carne es el peor ejemplo para el clima. Sobre todo porque el ganado genera grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero que es 25 veces más dañino para el clima que el CO₂. En el caso de las vacas son varios cientos de litros de gas al día. Como resultado, se liberan unos 13 kg de CO₂ por kilogramo de carne de vacuno, según Greenpeace. En comparación, para la producción de una barra de pan integral se liberan solo 0,75 kg de CO₂.
La carne que se tira es, por lo tanto, mucho más contaminante que la mayoría de los demás alimentos vegetales, sobre todo, porque el 20 por ciento de la carne y de las salchichas que se producen terminan en la basura. Eso equivale a 75 millones de vacas al año, según la FAO.
¿Qué hacer con las montañas de residuos de alimentos?
“A pesar de algunos progresos y de las buenas iniciativas de redistribución, demasiados alimentos terminan en vertederos de basura, liberando aún más gases a la atmósfera, que son nocivos para el clima”, explica Rolle. Independientemente de si es pan o carne lo que termina en los vertederos, sigue contribuyendo al cambio climático, ya que los residuos orgánicos se pudren allí y liberan gas metano que daña el clima.
“En la Unión Europea, por ejemplo, este sigue siendo el caso de la pequeña isla de Malta”, afirma Stefanie Siebert, de la Red Europea de Compostaje (ECN, por sus siglas en inglés), una asociación de empresas europeas del sector de los biorresiduos. Los gases de metano de los vertederos pueden ser capturados y utilizados para generar electricidad, pero esto solo es posible cuando el vertedero es un recinto cerrado. “Mientras los residuos sigan siendo transportados al vertedero, los gases que dañan el clima escapan a la atmósfera sin impedimentos”, dice. Entonces, ¿cuáles son las alternativas?
Eletricidad verde a partir de alimentos
“Tenemos que tratar de evitar, sobre todo, el desperdicio de alimentos”, dice Siebert. Pero, en última instancia, el reciclaje ecológico de los residuos de alimentos debe producirse no solo entre las personas, sino también a nivel industrial. Esto puede ocurrir, por ejemplo, en las plantas de biogás. En este caso, el gas producido por la descomposición de los residuos alimentarios puede utilizarse de forma mucho más eficaz que en el vertedero. La electricidad y el calor se generan de forma continua, y esto se puede emplear para alimentar la red en función del sistema.
Lo que sobra es el producto de la fermentación: “este producto residual de las plantas de biogás es muy líquido”, explica Siebert. Junto con materiales de madera, puede ser utilizada para hacer un compost de alta calidad. Pero hasta ahora, solo el 17 por ciento de los residuos orgánicos de la UE son compostados o fermentados.
El futuro de nuestros residuos alimentarios
Este también es el caso de Leipzig, entre otros, pero para Jonas Korn y sus tres compañeras no es razón para desperdiciar comida. “Entonces se podría incluso tirar todo el supermercado a la planta de biogás”, bromea Korn. Los cuatro sacan las bolsas llenas de la panadería. “Yo como algunas cosas y el resto lo reparto entre amigos y conocidos”, dice Carolina. Pero Korn subraya que son las instituciones sociales las que deben liderar el camino.
Korn comprueba que las bolsas estén bien sujetas en el remolque de la bicicleta. Sigue lloviendo. “Espero que no se mojen”, dice y se aleja en bicicleta.
(ar/er)
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos en Facebook | Twitter | YouTube |