Refugiados colombianos en Ecuador: no regresarán
22 de septiembre de 2016Estaban en una fiesta, el 16 de julio de este año, en Tumaco, al sur de Colombia. “Entraron hombres armados, se llevaron a mi marido y a dos más. Me dieron 15 días para que nos fuéramos”, cuenta Elena Lucía a DW. El 26 de julio estaba ya en San Lorenzo, en el norte de Ecuador. Su marido trabajaba como polinizador, Elena Lucía iba a graduarse el 3 de septiembre de educadora infantil. ¿Por qué los amenazaron? ¿Quiénes? No lo sabe. No tiene noticias de él.
Siguen llegando
Como esta joven de 23 años, un promedio de 400 personas al mes han cruzado la frontera entre Colombia y Ecuador en 2016; en 2015 el promedio fue 600; en 2014, 800. “El momento de mayor llegada a Ecuador fue al final de la década de los 90 hasta el 2004. Los distintos actores del conflicto colombiano generaron mucho desplazamiento. Muchas veces primero interno y luego transfronterizo”, explica a DW Sonia Aguilar, de la oficina de ACNUR (Agencia de la Naciones Unidas para los Refugiados) en Quito.
En este momento, hay 230.000 solicitantes de asilo, de ellos, a 63.300 les ha sido reconocido. Políticamente, la movilidad humana y el reconocimiento de los plenos derechos de migrantes son apoyados por el gobierno ecuatoriano. En julio de 2016 –con vistas al proceso de paz en el país vecino- resaltó que sus fronteras seguirán abiertas.
Fronteras vivas
Si bien entre el 60 y el 70% de los que buscan refugio en Ecuador se concentran en las ciudades (mayormente Quito, luego Guayaquil, después las fronterizas Lago Agrio, Carchi e Ibarra), el 35-40% permanece en zonas rurales. Un porcentaje no desdeñable, según miembros de organizaciones de la sociedad civil, no está registrado. Como Socorro y sus tres hijas: “Llegamos hace 7 años, solicitamos asilo. Después de dos años teníamos que renovar la solicitud pero no pudimos ir porque el registro quedaba en la ciudad de Esmeraldas”, cuenta Socorro. Salió de su pueblo un día para llevar a su esposo al médico. Cuando volvió, su casa y su tierra habían sido tomadas. Con poco más que sus hijas se desplazó a San Lorenzo. Trabaja en una lavandería, sin contrato; su marido, en los sembríos de palma africana, sin papeles. Sus hijas asisten a la escuela; está inscrita en el programa de alimentación de Naciones Unidas y la asistencia humanitaria europea (ECHO).
“San Lorenzo es un reflejo de lo que sucede en Tumaco. Ésta es una frontera viva. En muchos casos hay poblaciones rurales donde la solidaridad comunitaria y familiar funciona de forma muy intensa. Comparten haber sido abandonadas por décadas por sus Estados”, comenta Aguilar, puntualizando que si bien se ha hecho grandes esfuerzos por acoger y asegurar derechos a los refugiados, queda mucho por hacer. Como en el caso de la hija de Elena Lucía que no puede entrar a la escuela porque le piden certificados que no trajo consigo en su huída.
¿La paz?
Según Aguilar, “aunque la situación de seguridad ha mejorado en ciertas zonas de Colombia, la violencia se concentra en algunos municipios. En Tumaco y Buenaventura se ha intensificado y han aparecido formas nuevas de violencia, donde los actores son difíciles de identificar. El 'no sé quiénes son' de mucha gente que ha llegado recientemente nos habla de una transformación del conflicto”.
Por ello, la firma de los acuerdos de paz y su refrendación por el pueblo colombiano no necesariamente se reflejará en una disminución de la violencia en las regiones sureñas y fronterizas con Ecuador. Por lo menos no a corto y mediano plazo, según Aguilar.
¿Volver?
En un momento histórico para Colombia, con ley de vícitmas y restitución de tierras, por ejemplo, con un acuerdo de paz a punto de ser firmado con la guerrilla de las FARC, con otro en ciernes con el ELN, ¿la perspectiva es volver?
“Más del 80% de los refugiados dice que su perspectiva de futuro la ven aquí, en Ecuador. Hay personas que llevan muchos años; hay quienes vivieron experiencias tan traumáticas que nunca van a desear regresar; hay quienes siguen desconfiando de un Estado que no supo protegerlos”, explica Aguilar.
“¿Yo, volver? No. Tengo mucho temor por mis hijas que ya están señoritas y las pueden violar”, dice Socorro. “La paz es una mentira, todo en Tumaco sigue igual. Llegan las Fuerzas Armadas a 'hacer limpieza', a matar a quienes roban y usan drogas. Los paracos hacen lo mismo”, responde Lucía Elena. Lo reciente de su desplazamiento se nota en sus ojos.