Refugiados LGBTI en Berlín, no siempre seguros
24 de diciembre de 2018En 2015, cuando decenas de miles de personas llegaron a Alemania desde Siria, Afganistán, Irak y varios Estados africanos, huyendo de la guerra y el hambre, muchos se comprometieron a ayudarlas de distintas maneras, tomando en cuenta aspectos que iban desde su edad y su grado de capacidad física hasta su orientación sexual y su identidad de género.
No tardaron en surgir proyectos para proteger a los migrantes homosexuales, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) de las agresiones a las que los sometían sus propios compatriotas en las residencias que compartían. En 2016 fue fundado en Berlín el que todavía sigue siendo el más grande albergue para refugiados LGBTI en territorio germano, único por tratarse de una iniciativa pública.
Pero el hecho de compartir el estatus de minoría sexual y de haber sufrido actos de discriminación similares no garantiza que la convivencia entre sus residentes sea siempre pacífica. De los 125 ocupantes del albergue LGBTI, casi un tercio proviene de Rusia o de exrepúblicas soviéticas, y es entre ellos que el potencial de conflicto es mayor.
A finales de octubre de 2018, Veronika, una mujer trans de la ciudad ucraniana de Cherson, fue golpeada simultáneamente por varios coinquilinos. Atribuyendo el ataque al machismo internalizado de muchos gais que nacieron y crecieron bajo la influencia cultural del Kremlin o la iglesia ortodoxa rusa, los amigos de Veronika crearon un grupo para desalentar la transfobia en la residencia.
Psique bajo presión
Alik, quien rechaza la identidad sexual binaria y no se percibe ni como hombre ni como mujer, asegura que muchos de los refugiados con los que vive tienen prejuicios de todo tipo que hacen difícil la concordia: rechazo hacia los hombres y mujeres trans, hacia las personas intersexuales, hacia las mujeres en general, sin importar su orientación sexual, y hacia las personas con limitaciones físicas o mentales, por no mencionar sus creencias racistas.
En opinión de Alik, la persecución de la que fueron objeto muchos de ellos en sus respectivos países de origen no siempre propicia el desarrollo de la empatía, la solidaridad o la compasión. De hecho, esa hostilidad a veces abona el terreno para el cultivo del odio hacia otros y hacia sí mismo.
A eso se suma que la violencia experimentada por refugiados en sus países de origen y durante su migración hacia la Unión Europea no acaba automáticamente cuando llegan al bloque comunitario.
Los trámites de las personas LGBTI para obtener asilo en Alemania, por ejemplo, suelen durar años. Generalmente, el codiciado estatus de refugiado es algo por lo que se debe luchar ante varias instancias jurídicas y, con el paso del tiempo, la incertidumbre de cara al futuro termina perjudicando la salud física y mental de quien espera. Cuando una petición de asilo es denegada, el o la solicitante es buscada por agentes policiales en el albergue donde vive. Todos estos factores pesan sobre la psique de las personas, subrayan los habitantes de la residencia LGBTI.
La violencia genera violencia
"Por supuesto que somos vulnerables”, dice Alik, señalando que, además, sus coinquilinos están expuestos a una xenofobia creciente en las calles de Alemania. La violencia genera violencia. Antje Sanogo, directora de la residencia para refugiados LGBTI, confirma que ha habido enfrentamientos entre sus ocupantes y alega que eso es precisamente lo que su albergue tiene en común con todos los demás.
Los problemas que allí surgen no son muy distintos de los que surgen en otros lugares. El hacinamiento y la falta de privacidad generan estrés y dan pie a peleas. "Intereses disímiles chocan los unos con los otros porque los refugiados están obligados a compartir espacios relativamente pequeños con perfectos desconocidos”, explica Sanogo.
Para Sanogo, una de las maneras de evitar esas fricciones violentas es conseguir que los migrantes abandonen los albergues que los acogen inicialmente lo antes posible y se alojen en viviendas como las que habita el resto de la población alemana. Desde luego, los grandes obstáculos para una moción como esa es que en Berlín se ha vuelto muy difícil encontrar un apartamiento para alquilar y que el proceso de tramitación del asilo es muy lento.
Mientras tanto, los amigos de Veronika sigue adelante con su plan de educar para la tolerancia y el respeto, argumentando que la represión de los más débiles se ha convertido en un problema cotidiano en el albergue. "Nos caería bien al menos un curso de comunicación no violenta por semana”, arguye Alik.
(erc/eal)
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