“Sin redes sociales me sentiría solo”
22 de marzo de 2018"¿Hay alguien aquí que no tenga cuentas en redes sociales?", pregunto a los niños de 12 y 13 años que se sientan frente a mí. No, por supuesto que no. En séptimo curso del Instituto Wiedtal de Neustadt/Wiel todos los estudiantes están conectados. La mayoría desde hace un par de años y durante varias horas al día. Sus redes favoritas son WhatsApp, Instagram, Snapchat y Youtube.
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"Somos un centro educativo rural, razón por la que los medios sociales son una bendición", explica el director del centro, Wolfgang Latz. Sus smartphones permiten a los niños informar a los padres cuando el autobús no puede recogerlos y acceder a información en un área en el que no hay ninguna biblioteca cercana. Pese a ello, en este instituto de la cadena montañosa de Westerwald los teléfonos móviles están estrictamente prohibidos. Una decisión que el director Latz tomó cuando los estudiantes empezaron a dedicar las pausas a ver videos violentos, además del continuo flujo de "me gusta", "compartir" y mensajes en chats durante las clases.
Las redes sociales hacen infelices a las niñas
Ese es el reverso de las redes sociales: la comunicación permanente y el continuo aluvión de información distraen a los menores de sus deberes y les hacen perder el interés de jugar afuera. El miedo a dejar escapar algo ata a los más jóvenes a sus smartphones. Además, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Essex, en Reino Unido, los medios sociales hacen difícil la vida de las niñas. Los investigadores revelaron en esta investigación a largo plazo que el bienestar de los menores que a los diez años ya tienen cuenta en redes sociales disminuye significativamente a lo largo del lustro siguiente. Con una importante desigualdad de género: las niñas se vuelven más infelices que los niños.
"Con diez años, un niño no es lo suficientemente mayor para entender que también las personas que solo publican cosas positivas tienen días malos. Solo ves lo bonito y emocionante, por lo que tu propia vida no parece tan increíble y eso te crea infelicidad", explica Cara Booker, autora del estudio.
Los nuevos seguidores son una recompensa para el cerebro
Un niño de doce años explica que "hace feliz, por ejemplo, tener nuevos seguidores". Para otro, "ser visto y observado" es el principal argumento para justificar su presencia en Instagram. "En las redes sociales encontramos reconocimiento social", subraya el neurocientífico de la Universidad de Michigan Dar Meshi. Cada "me gusta" o comentario positivo activa el sistema de recompensa de nuestro cerebro. "Es la misma red de áreas cerebrales que se activan cuando comemos, tenemos sexo o tomamos drogas", añade Meshi.
Pero, cuanto más hablan los estudiantes, más luz arrojan sobre esta cuestión. Los medios sociales también son una fuente de presión para los niños: un mensaje de WhatsApp no respondido a tiempo puede generar un conflicto capaz de echar a perder una amistad. Y es que el postulado general es que uno está siempre y en cualquier lugar disponible. No estar pendiente de la conversación en un grupo de Whatsapp supone arriesgar una conexión o perderse algo importante. Nadie quiere quedarse fuera, así que todos se meten al saco y participan, por obligación.
Sobre todo son las niñas las que más duramente se comparan entre sí, dice la científica social Booker. El deseo de tener tantos seguidores y atención como las amigas puede volverse extremadamente duro y convertirse en una fuente de enorme infelicidad. Muchos neurocientíficos piensan que la caza online de "me gusta" y emoticonos de corazones puede generar tanta adicción como el consumo de drogas. Pero son temas que todavía se siguen investigando, razón por la cual Dar Meshi pide reserva: "Como neurocientíficos no podemos afirmar que los medios sociales sean malos. Todavía no lo sabemos".
Desnudas para siempre a través de las redes sociales
Los estudiantes de Neutsdatd/Wied parecen conscientes del peligro. Muchos saben que, junto a los cumplidos y las peticiones de amistad, los insultos y el odio también pululan por la red. "Quien comparta algo privado en internet tiene que reflexionar primero sobre si está preparado para soportar comentarios negativos", comenta una estudiante. Pero aparentemente no es un pensamiento que compartan todas las niñas.
Las desgracias en las que las redes sociales pueden hacer caer a las niñas es algo que también han experimentado las estudiantes del Instituto Wiedtal. Envían de buena fe fotos de sí mismas con poca ropa, en situaciones excitantes, a compañeros de confianza. Él lo comparte primero con amigos, luego con toda la clase, hasta que todo el centro ha visto la fotografía. "Esto pasa una o dos veces al año", revela Latz, "y es verdaderamente un gran problema". No son pocas las que han tenido que abandonar el colegio tras algo así. La vergüenza es demasiado grande.
El director del instituto conoce los pros y los contras de las redes sociales y por eso intenta sensibilizar a alumnos y padres a través de diferentes actividades. De hecho, los mismos estudiantes han empezado a poner en prácticas sus propias ideas.
Suena la campana del recreo. Tres estudiantes de la primera fila insisten en hablar de su proyecto en YouTube. Lo han llamado "Outside Area" (área exterior). Con él pretenden animar a los compañeros de su edad a salir más afuera, en vez de quedarse en el sofá con el smartphone. En vez de eso, proponen, se pueden utilizar los móviles y las redes sociales para cosas creativas, dicen los jóvenes. Ellos construyeron una incubadora para huevos de gallina y filmaron todo el proceso. Y esto no será su último proyecto. Definitivamente, no se puede decir que los estudiantes de este centro sean zombis de los smartphones.
Autora: Julia Vergin (EAL/VT)
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