“Somos los últimos sobrevivientes de Auschwitz”
26 de enero de 2017Judith Rosenzweig nació en Checoslovaquia en 1930 en el seno de una familia judía. Ella, su hermana y sus padres fueron llevados al campo de concentración de Theresienstadt en 1942, luego al de Auschwitz y después al de Bergen Belsen. De su padre no supo más desde que los separaron para recluir a las mujeres en unas barracas y a los hombres en otras. Su madre murió una semana después de que las fuerzas aliadas las liberaran. Experiencias como la suya en Theresienstadt inspiraron el libro Las jovencitas de la habitación 28.
Al cumplir los 18 años, Judith Rosenzweig cumplió su deseo de emigrar a Israel, donde trabajó como enfermera de niños y fundó una familia. Hoy, a los 87 años de edad, vive en Haifa, en un albergue destinado a sobrevivientes del Holocausto, fundado por la iniciativa Una Mano Para Un Amigo (Yad Ezer L'Haver) y financiado mediante donaciones de instituciones como la Embajada Cristiana Internacional Jerusalén (ICEJ). DW habló con ella sobre su vida y sobre el creciente coro de voces que niega el exterminio de los judíos.
Deutsche Welle: ¿Cómo recuerda usted la evolución de la persecución sistemática de los judíos?
Judith Rosenzweig: Yo tenía apenas nueve años cuando los alemanes llegaron a Checoslovaquia; pero recuerdo que aquello comenzó con medidas que nos prohibían a los judíos visitar los parques o frecuentar las salas de cine. Luego nos fue negado el acceso a las escuelas. A finales de 1941 empezaron a internar a las familias judías en los guetos. Mi familia fue enviada a Theresienstadt en marzo de 1942; mi hermano había huido poco antes y se salvó. En octubre de 1944 nos llevaron a Auschwitz en tren a mi madre, a mi padre, a mi hermana y a mí.
Cuando uno llegaba a Auschwitz, Josef Mengele decidía quiénes estaban en capacidad de trabajar y quiénes no; los que no podían trabajar eran ejecutados. A mi madre, a mi hermana y a mí nos mandaron a trabajar. A mi padre no lo vi más desde que separaron a hombres y mujeres para recluirlos en las barracas. No estuvimos mucho tiempo en Auschwitz; en pleno invierno nos enviaron a Bergen Belsen en vagones de tren abiertos. Allí murieron casi todos de frío y de hambre. En abril de 1945 fuimos liberadas por los soldados ingleses.
¿Qué significó para usted el retorno a Checoslovaquia y la posibilidad de emigrar a Israel?
Cuando mi hermana y yo regresamos a casa, nuestro hermano estaba allí; pero el edificio había sido vaciado por completo. Entonces les dije a ambos que yo me iría a Israel, que no me quedaría en un lugar donde no me quieren. Sin embargo, el proceso para emigrar a Israel duró dos años. En Marsella tomé un barco y llegué a Jaffa en el primer día de Israel, el 15 de mayo de 1948. Una vez ahí nos alojaron en hostales y al día siguiente nos preguntaron adónde queríamos ir para darnos boletos de autobús. Yo quería ir a casa de mi tía, en Haifa.
A mí me habría gustado continuar yendo a la escuela, pero, con casi 18 años, me sentí muy vieja para eso. No muchos comprendían la situación por la que habíamos pasado. Mi propia tía me pidió que le contara lo que había vivido en Europa y apenas había empezado cuando me interrumpió y me dijo: 'Ay, tú estás exagerando'. Desde entonces y durante cuarenta años nunca hablé más sobre el asunto. Fue cuando me percaté de que por el mundo iba gente negando la Shoá que decidí contar mi historia de nuevo.
¿Qué importancia tiene para usted mantener vivo el recuerdo de lo que entonces ocurrió en Europa?
Para mí es muy importante, porque nunca ha dejado de haber gente que dice que nosotros inventamos todo aquello. Yo estuve un par de veces en Alemania para hablar con estudiantes al respecto. Nosotros, la gente de generación, somos los últimos sobrevivientes de Auschwitz. Hoy día es difícil entender lo que se le hizo a los judíos y por qué. Eso no puede volver a ocurrir. Uno no debe matar a nadie debido a su religión.