Dejando paso al océano para proteger las costas
10 de enero de 2020En octubre de 1634 se desató una violenta marea de tormenta sobre el norte de Alemania. Miles de personas murieron, y casas y posesiones fueron destruidas en una sola noche. El evento no solo dio forma a la historia de las islas Frisias, sino también a la escarpada costa del Mar del Norte.
En una discreta casa de madera en Pellworm se exponen actualmente los restos de la tempestad, que llenan paredes, estantes, cajas y cajones. La isla de Pellworm surgió de una isla de mayor tamaño que se hundió en la devastadora tormenta, conocida como el "Segundo Grote Mandrenke”, o "Gran ahogamiento”.
Recolectados por Helmut Bahnsen, durante décadas de caminatas atravesando las llanuras que rodean su nativo Pellworm durante la bajamar, diversos azulejos, herramientas, dedales, cerámica e incluso cráneos humanos son testimonio de asentamientos que alguna vez existieron donde el Mar del Norte se mueve como si no tuviera nada que esconder.
Aunque algunos de los "dos millones” de vidas vividas y perdidas por las aguas saladas del norte se remontan a la Edad de Piedra, a la época romana y a los primeros años de la Alta Edad Media, mucho más fue arrastrado a las profundidades del mar en la noche del 11 de octubre de 1634. Si la costa hubiera estado mejor protegida, Bahnsen cree que la historia podría haber tomado un curso más tranquilo.
"Por aquel entonces, los diques tenían dos metros de altura, pero no eran estables”, cuenta. "Eran lo suficientemente altos para hacer frente al promedio de las tormentas de la época, pero no para las catástrofes”.
Seguridad detrás de las defensas costeras
Hoy en día, los diques que rodean la isla de Pellworm, y se extienden a lo largo de gran parte de la costa alemana del Mar del Norte, tienen hasta ocho metros de altura y unos cinco metros de ancho. Los más nuevos se construyen de tal manera que se pueden seguir rellenando si el nivel del mar sube más de lo esperado. En muchos lugares, lo único que mantiene el mar alejado de las tierras bajas son estas gigantescas defensas de color verde.
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La proximidad del agua no asusta a Ernst August Thams, responsable del mantenimiento de los diques de Pellworm. "Llevamos cientos de años en esta isla y sabemos cómo lidiar con el mar”, dice Thams a DW. "Los diques están en muy buenas condiciones, así que no estoy preocupado”. Está convencido de que son la "única manera” de proteger la isla.
Inundaciones intencionadas
Pero hace tres años, en la ciudad de Husum, surgió una idea diferente. Se discutió qué hacer con un determinado trozo de costa y se consideró inundar parte de él para aliviar la presión de los diques.
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Conocido como retirada o reubicación controlada, el procedimiento permite la inundación acortando, bajando o moviendo las defensas existentes tierra adentro, o ampliando las llanuras de inundación con el fin de que el agua tenga adónde ir. Aunque no es ampliamente utilizado, muchos conservacionistas apoyan esta medida como una alternativa a la protección costera.
Hans-Ulrich Rösner, que dirige la oficina del grupo conservacionista WWF en el Mar de Frisia, admite que este método es difícil de promover.
"Permitir que el agua se acerque intencionadamente suele ser una idea aterradora para la gran mayoría de la gente”, dice. "Solo es posible llevarlo a cabo si la gente lo entiende y está convencida”. En Husum no lo estaban.
El alcalde Uwe Schmitz cree que fue la decisión correcta no seguir adelante con el proyecto propuesto en Husum, pero no descarta proyectos similares en los próximos años. "En el futuro, se producirán más lluvias torrenciales, lo que significa que tendremos que considerar el uso de áreas de cultivo como llanuras de inundación”, admite Schmitz a DW. "Pero se trata de cuestiones éticas que van en contra de la cultura de los pueblos del norte, que durante siglos no solo se han defendido del mar, sino que también han intentado arrebatarle la tierra”.
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Dependiendo de la ubicación
John Riby, miembro de la Institución Británica de Ingenieros Civiles, ha trabajado durante muchos años en cuestiones relativas a las inundaciones y a la protección costera. Riby describe la reubicación controlada como "trabajar con la naturaleza en beneficio de las personas”. Afirma que la clave del éxito es elegir el lugar correcto.
Cita el estuario del río Tees, al norte de Inglaterra, que alberga instalaciones industriales como una central nuclear y empresas petroquímicas en riesgo de inundación, como uno de esos lugares. Cuando las empresas se vieron tan amenazadas por las inundaciones que incluso tuvieron que cerrar temporalmente, se puso en marcha un plan de reubicación controlada.
"Los muros de protección se desplazaron hacia atrás para dejar espacio al agua sin afectar a los negocios”, explica Riby.
"Normalmente, se habrían construido nuevas defensas en el río. Pero como era posible que el agua inundara las llanuras de inundación y, por lo tanto, se dirigiera al lugar adecuado, fue posible crear una defensa que no solo protegía a las empresas, sino que también creaba un gran número de nuevos hábitats para las focas y para la flora y fauna de todo tipo”, explica Riby.
Retirarse cuando no es demasiado tarde
No obstante, gran parte de la costa se destina a la construcción de viviendas en todo el mundo, y eso dificulta aún más las cosas. Pedir a la gente que abandone sus hogares y aldeas para hacer espacio para la adaptación no es bien recibido, según Riby.
"Un lugar donde hay viviendas, no es bueno para poner en marcha un plan de reubicación controlada”, señala. En algunos casos, sin embargo, la decisión de retirarse es voluntaria. Tras el paso del huracán Sandy, que azotó el Caribe y los Estados Unidos en 2012, tres comunidades costeras del municipio neoyorquino de Staten Island decidieron poco a poco acercarse al Estado y vender sus tierras. Alrededor del 90 por ciento de los residentes estuvieron de acuerdo con la venta.
El fotógrafo y cineasta estadounidense Nathan Kensinger documentó durante muchos años el desarrollo de las zonas portuarias de Nueva York. Mostró cómo la gente se alejaba y la naturaleza reclamaba el área. Sus imágenes, a veces espeluznantes, de juguetes, ropa o muebles en casas abandonadas hablan mucho del poder del mar en un planeta que se está calentando. Casi todo lo que una vez constituyó esas comunidades, desapareció hace tiempo.
"La idea detrás de este programa de reubicación era establecer una zona de amortiguación junto al mar”, cuenta Kensinger a DW. "Se crearon humedales donde antes había casas. Y ahora hay flores silvestres y pasto entre las casas y calles vacías”.
Las casas abandonadas no están lejos de Manhattan, y ahora están rodeadas de pantanos y carreteras, que se inundan por la lluvia y las tormentas. Según Kensinger, la gente no está obligada a mudarse, pero cree que cada vez más barrios costeros en el estado de Nueva York tendrán que aceptar la idea de una mudanza controlada.
"De lo contrario, se verán obligados a hacer una retirada mucho menos planificada, que será más bien en respuesta a una catástrofe”.
Y es que como muestran los restos de la vida pasada en el pequeño museo de la isla alemana de Pellworm: el mar es lo único que nunca dejará de moverse.
(ar/cp)
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