Un discurso sobre historia que hizo historia
11 de febrero de 2015“El 8 de mayo fue el día de la Liberación”. Esta frase, que hoy parece un sobreentendido, y que más del 80 por ciento de los alemanes considera un hecho, causó sensación cuando fue pronunciada por primera vez, hace 30 años, por el expresidente Richard von Weizsäcker. En especial, porque provenía de un presidente que pertenecía a un partido conservador, y que luchó durante la II Guerra Mundial como soldado hasta el último día y fue condecorado en varias oportunidades como comandante de la Wehrmacht, justamente donde la guerra mostraba su rostro más brutal, en el “frente oriental”, después del ataque de Alemania a la Unión Soviética.
El 8 de mayo de 1945 había sido, hasta que von Weizsäcker pronunció su discurso, el día de la “capitulación”, el fin de una guerra que los alemanes habíamos “perdido”. Ambos términos marcaron mi infancia, a fines de los 60 y comienzos de los 70, así como el relato familiar acerca de lo sucedido por esos días. Mis abuelos por parte materna y paterna fueron tomados prisioneros en los últimos días de la guerra. Uno de ellos permaneció cautivo más de tres años. Es claro que sintieron alivio cuando la guerra llegó a su fin, ya que pudieron regresar con sus familias, pero de seguro no se sintieron “liberados”, tan poco liberados como la mayoría de los alemanes.
El que quería saber, sabía
Pero el discurso de Richard von Weiszäcker fue aún más lejos y planteó cuestiones mucho más complejas a los alemanes de esa época: “El que abría sus ojos y sus oídos, el que quería informarse, no podía sino enterarse de que había trenes de deportación en marcha”. Con esa frase, el expresidente tocó el gran tema tabú de los primeros años de posguerra: la culpa de los alemanes después de 12 años de nazismo. “¿Qué sabían ustedes sobre los crímenes del nazismo?”: esa era la pregunta de la generación del 68 a sus mayores, una pregunta que muy frecuentemente quedó sin respuesta y que por eso desembocó en una ruptura radical entre las generaciones.
“Un pueblo que ha tenido tantos logros económicos tiene derecho a no querer escuchar nada más sobre Auschwitz”, había postulado en los años 60 Franz-Josef Strauß, presidente de la Unión Social Cristiana (CSU), hermana bávara de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), quien había sido, como Weizsäcker, oficial de la Wehrmacht en el "frente oriental". El largamente esperado rechazo de los alemanes a una actitud de querer olvidar y negar su responsabilidad histórica tenía que partir del ala conservadora y de los excombatientes, ya que, naturalmente, anteriormente hubo otros que hablaron ante el Parlamento alemán sobre la culpa que cargaban los alemanes con respecto a los crímenes atroces del régimen nazi.
El expresidente Gustav Heinemann, por ejemplo, que se comprometió con la resistencia desde el ámbito eclesiástico e imprimía panfletos en el sótano de su casa. O Willy Brandt, que se exilió huyendo hacia Escandinavia, donde trató de organizar grupos de resistencia contra los nazis. Justamente por eso, ambos fueron vistos con desprecio por muchos de sus contemporáneos incluso hasta mucho después de finalizada la guerra, y su resonancia quedó limitada al campo de su bando político.
Una nueva identidad histórica
Richard von Weizsäcker, por el contrario, logró sentar con su discurso una nueva norma colectiva de la memoria histórica, y no después de 70 años, un período en el que la crítica puede quedar relegada por los años, sino en un momento en el que millones de alemanes que habían participado o estaban implicados, ya sea como autores de los crímenes o como sus víctimas, aún vivían. Asimismo, fue capaz de mantener vivo el recuerdo de esos crímenes, y, a pesar de la enorme resistencia en las filas de su propio partido encargó a los alemanes la tarea de seguir recordando por siempre lo sucedido.
El hecho de que la reunificación alemana, en 1990, apenas despertara el temor entre los países vecinos, que sufrieron los horrores del régimen nazi, se debe justamente a esa nueva identidad alemana que enunció Richard von Weiszäcker hace 30 años, y que hizo que los países del mundo volvieran a confiar en Alemania. Que el actual presidente alemán, Joachim Gauck, haya dicho este año con motivo de la conmemoración del Holocausto que “no hay identidad alemana sin la memoria de Auschwitz”, y que esa frase no haya generado controversias, se debe a que los alemanes han aceptado su papel durante el régimen nazi y han asumido su responsabilidad histórica. Ambas cosas, a su vez, se deben a que el gran discurso de Richard von Weiszäcker, el 8 de de mayo de 1985, dios sus frutos.