Un día cubierta por el velo musulmán en Alemania
11 de mayo de 2010Es sábado por la mañana y en Colonia, al oeste de Alemania, brilla el sol. Las calles comerciales de la ciudad rebosan gente que aprovecha el buen tiempo para ir de compras. Me quedo mirando el escaparate de una zapatería. El verano se acerca, no sería mala idea intentar hacerme con un par de sandalias nuevas.
El local está lleno. Prácticamente, sólo hay mujeres. Algunas ríen, a otras se les pueden leer en el rostro las prisas y el estrés de tanto tumulto. Mi cara hoy no la ve nadie. Una de las vendedoras se abre paso entre las clientas para traerme el par de zapatos que le he pedido. Me ayuda a probármelos, sonríe y apenas logra ocultar su inseguridad. No es de extrañar: para llegar a mis pies tiene que retirar primero el manto que me cubre, y cuando levanta la vista para preguntarme si no me importa, lo único que encuentra es tela, y una apertura tras la que se ven dos ojos.
Más tarde, mi acompañante y compañero de trabajo le preguntará cómo se ha sentido. "Aquí estamos acostumbrados a ver mujeres que se cubren la cabeza con un pañuelo", contesta, "pero un burka es algo muy distinto".
Café con nicab
Todos lo llaman burka pero, en realidad, lo que llevo hoy es una nicab: un velo de color oscuro que me cubre de la cabeza a los pies pero que no me tapa los ojos. En las manos porto guantes. Es la primera vez que me visto de este modo y al principio me cuesta acostumbrarme. Un día entero me he propuesto pasar así en una gran ciudad alemana. Un experimento periodístico, pero también personal. De pronto, la actitud del mundo hacia mí ha cambiado.
Con mis zapatos nuevos nos sentamos en la terraza de una cafetería en el centro de Colonia. En una de las mesas vecinas comen, beben y conversan un grupo de cinco personas, hombres y mujeres. En el momento en que perciben mi presencia se hace el silencio. Al menos, ésa es mi impresión. ¿O me lo estoy imaginando? Escucho un murmullo mientras intento beberme el café sin que la taza se me pegue al velo. No sé lo que dicen pero, desde luego, hay algo extraño.
Una mujer de unos 40 años me mira desde otra de las mesas y me sonríe amablemente. Después nos comentará que nunca había visto a una musulmana cubierta de cuerpo entero en una cafetería. Le parece raro, pero bien. Es un ejemplo más de lo diversa que es la sociedad en las grandes ciudades, dice. "A mí me educaron para aceptar a los demás", añade.
Lo mismo opina Doris, la camarera, que al principio me ha tomado por una turista de un país árabe. "Lo primero que se me ha pasado por la cabeza es: '¡desde luego, parece extranjera!' Pero a mí me gusta mucho viajar y conocer otras culturas, y algún día me encantaría ir a Irán o a Irak", cuenta. Tolerancia, curiosidad y una mentalidad abierta: ésas son las cualidades que Doris aplica en sus visitas a otros países. "Pero cuando he visto lo difícil que le resulta beberse el café he pensado: 'madre mía, ése velo lo hace todo demasiado complicado'".
Adaptarse
Complicada se vuelve aún más la cosa en la siguiente etapa de mi día de compras en nicab: una perfumería. Probar los pintalabios o las cremas es misión imposible. En un país como Alemania, los espacios en los que una mujer pueda retirarse el velo lejos de las miradas de los hombres, evidentemente, no existen. Al menos los perfumes los puedo oler usando los papelitos previstos para ello. Pero me cuesta moverme y coger cualquier cosa es toda una odisea.
"Sin el velo sería más fácil", me advierte una de las vendedoras, hay que decir que amablemente. Después nos explicará que no entiende como una mujer puede optar por cubrirse el cuerpo. "¡Debe dar un calor horrible! Y en realidad, es una pena: si es usted guapa, ¿por qué ocultarse?", dice, y un joven de unos 30 años intercede: "¡yo opino que quien quiera vivir aquí tiene que adaptarse!". Por supuesto que deben respetarse las costumbres religiosas y culturales, reconoce, "pero yo también me adapto cuando estoy en otro país".
Soledad
Hay que reconocer que las mujeres con burka o nicab siguen siendo algo exótico en Europa. El pañuelo con el que algunas musulmanas se cubren la cabeza es mucho más corriente, pero el velo de cuerpo entero apenas se ve. Y, sin embargo, existe un debate muy pasional en torno a este tema, e incluso leyes que prevén su prohibición en países como Bélgica o Francia.
Muchas son las preguntas que la cuestión plantea: ¿es un peligro para la seguridad de las mujeres? ¿Obstaculiza la integración? ¿Es un símbolo de represión? ¿O se trata, por el contrario, del libre derecho de las mujeres musulmanas a practicar su religión? Klaus, un estudiante, lo tiene claro: "en mi opinión, lo decisivo es si el burka se lleva voluntariamente o no". Cualquier decisión tomada libremente por una mujer debe ser respetada, considera, "lo importante es que no se la obligue".
Mi curioso paseo se acerca poco a poco a su fin. Ahora sólo me queda coger el metro para volver a casa. Caigo derrotada sobre uno de los bancos de la estación. La mujer que estaba sentada en él se levanta y se va. Y yo me pregunto: ¿lo ha hecho demostrativamente? A lo mejor ha sentido miedo o inseguridad. O tal vez quería levantarse de todas maneras. No tengo forma de descubrirlo. Por unos minutos me siento muy sola. Luego, en el metro, el asiento a mi lado permanece libre todo el camino. ¿Casualidad? La verdad, no lo sé.
Autora: Chamselassil Ayari
Editora: Emilia Rojas Sasse