Un país que necesita con urgencia morfina
31 de marzo de 2017Y es que Venezuela, otrora modelo de democracia próspera y moderna, se fue deslizando lentamente desde hace largos años hacia un régimen autoritario. Un modelo de dictadura muy original, equiparable a las autocracias de diverso signo que a izquierda y derecha del espectro político han emergido a comienzos del siglo XXI en varias partes del mundo.
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Colóquese el nombre que se prefiera: democracia no liberal, caudillismo, cesarismo, neoautoritarismo, neopopulismo, neodictadura, estados fallidos, etc. En esencia se trata de modelos protagonizados por figuras carismáticas de elección dudosamente popular, con fuertes propensiones autoritarias, que al investirse a sí mismas como representantes de los poderes del colectivo, se erigen como sustitutas del andamiaje de las repúblicas y, en simultáneo, en promotoras de un orden personal, a cambio de simular garantías para una distribución más justa de la riqueza y el rescate de los valores nacionales.
Ahora bien, cerradas las compuertas de los poderes públicos, criminalizada la oposición, canceladas las elecciones, reprimida la protesta, ¿qué pueden hacer los ciudadanos venezolanos para intentar reencauzar el régimen instaurado por la denominada revolución bolivariana de vuelta a la democracia?
La respuesta no es nada sencilla. Y por momentos pareciera que la apelación a los organismos internacionales, cuyo alcance es siempre limitado, no es suficiente para luchar contra esta nueva satrapía.
La oposición venezolana actual, sin embargo, a diferencia de aquella otra que en 2002 intentara una salida rápida de Chávez por la vía de un golpe de estado, tiene ahora toda la legitimidad de su lado. No solo la apoya la razón política y constitucional, sino que es una abrumadora mayoría numérica. El chavismo, excepcionalmente mediocre, ha evaporado todo el apoyo popular con el que alguna vez contara, tras haber arruinado el país durante el período de riqueza más importante de toda su historia. Es por ello que este juego perverso no tiene sustento material alguno, no tiene forma de continuar, y las demandas de la población son ya incontenibles.
Pero la salida no luce nada fácil. No se vislumbra aún esa luz al final del túnel. Por lo que es este un momento de enorme incertidumbre para Venezuela. Los politólogos lo llaman una "coyuntura crítica", en la que, por ahora, queda formular muchas más preguntas que respuestas. ¿Hasta dónde puede llegar el gobierno en sus aspiraciones de construcción de un régimen totalitario? ¿Qué tan efectivos pueden ser los mecanismos diplomáticos internacionales para reencauzar el conflicto por las vías democráticas?¿Qué tanto está dispuesta a sacrificar la oposición política y, la sociedad en general, en un escenario de protestas masivas? ¿Cuán intensa podría ser la represión del Ejército?
Hace unos días, los amigos de una importante actriz del teatro venezolano hicieron circular por las redes sociales un pedido de ayuda económica. La actriz padece un cáncer de pulmón, que ha hecho metástasis y amenaza con extenderse a otras parte de su cuerpo. Así que requiere con urgencia dosis constantes de morfina, un medicamento que ya no se encuentra en los hospitales ni en las farmacias venezolanas. Y si se encuentra, es impagable, incluso para lo que queda de la antigua clase media.
Desde que lo vi publicado en facebook, no he dejado de pensar que ese anuncio era una imagen con un tremendo potencial simbólico, una metáfora precisa de la actual situación venezolana: un país que yace fatigado, azotado desde hace casi dos décadas por una enfermedad maligna que lo ha carcomido hasta los tuétanos. Y que hoy, arruinado, pide a gritos el auxilio de sus vecinos, de sus viejos amigos, para que lo ayuden a encontrar la cura que ha de sanarlo, o al menos aliviar el dolor de lo que parece una condena a muerte.
Autor: Manuel Silva-Ferrer