Venezuela, entre la espada y la diplomacia
16 de marzo de 2015Tras reunirse en Quito este 14 de marzo, los ministros de Exteriores de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) le pidieron al Gobierno de Estados Unidos que levantara las sanciones impuestas sobre siete altos funcionarios venezolanos presuntamente involucrados en violaciones de derechos humanos y actos de corrupción. Y lo más probable es que los presidentes y primeros ministros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) exijan lo mismo cuando se encuentren en Caracas este martes (17.3.2015).
Pero será el jueves (19.3.2015), durante el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuando el emisario de Washington y los cancilleres de la comunidad latinoamericana y caribeña discutirán la materia cara a cara por primera vez. Allí se le repetirá al representante de Estados Unidos que hasta organizaciones defensoras de los derechos humanos están en contra de las medidas punitivas en cuestión por no provenir de instituciones legitimadas para ello, como la ONU o la propia OEA.
Está por verse con qué grado de diplomacia se desarrolla ese diálogo. Y es que los ánimos están caldeados en Caracas, donde el presidente Nicolás Maduro ordenó la realización de ejercicios militares masivos para defender la soberanía territorial venezolana de una intervención estadounidense. El domingo (15.3.2015), un día después de las maniobras castrenses, la Asamblea Nacional le otorgó poderes especiales a Maduro para que protegiera al país de la “amenaza imperialista”. No obstante, para una guerra se necesitan dos.
Venezuela, ¿la nueva Nicaragua?
Comentaristas de renombre internacional, como Glenn Greenwald o Mark Weisbrot, se burlan de los argumentos ofrecidos por la Casa Blanca para justificar las sanciones emitidas contra los funcionarios venezolanos y enfatizan que ciertos aliados de Washington tienen un récord de corrupción y derechos humanos mucho peor, que Venezuela es uno de los pocos países con grandes reservas de petróleo que no se someten a los dictámenes de Estados Unidos y que Obama sigue la impronta dejada por Ronald Reagan.
Weisbrot recuerda que Reagan describió a Nicaragua como una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y sostiene que ese fue el preludio de un bloqueo económico y un programa de desestabilización que incluyó violencia terrorista para derrocar a un Gobierno incompatible con los intereses de la Casa Blanca en la región. Sin embargo, politólogos como Víctor Mijares, del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) de Hamburgo, refutan la idea de que Washington planee una intervención militar en Venezuela.
“Primero, el país gobernado por Obama no es el mismo país que gobernó Reagan. Segundo, Estados Unidos nunca intervino militarmente en Sudamérica, jamás: todas sus intervenciones militares en el hemisferio occidental tuvieron lugar en Centroamérica y el Caribe. Washington tiene un nivel de injerencia muy bajo en Sudamérica y en los últimos años se ha mantenido más alejado porque Brasil estaba construyendo una red para generar estabilidad en la región”, explica el especialista en multipolaridad y seguridad regional.
“Guerra asimétrica”
Aunque su colega, Ana Soliz de Stange, también da por improbable una intervención estadounidense en suelo venezolano, los ensayos militares ordenados por Maduro son reales. ¿Qué tan seriamente deben ser tomadas esas maniobras por los vecinos de Venezuela? “La noción de ‘guerra asimétrica’ contempla la posibilidad de que las fricciones entre Caracas y Washington no enfrenten directamente a Venezuela y a Estados Unidos, sino al país sudamericano y a Colombia, que es un aliado de la Casa Blanca en Sudamérica”, señala la analista del GIGA.
“Pero yo no creo que ese escenario llegue a consumarse porque las relaciones entre Maduro y el presidente colombiano Juan Manuel Santos no están tan deterioradas como las de sus respectivos predecesores, Hugo Chávez y Álvaro Uribe. Además, ni siquiera en los momentos de mayor tensión entre Caracas y Bogotá se llegó a un enfrentamiento militar”, agrega Soliz de Stange. El director del Instituto Central de Estudios Latinoamericanos (ZILAS), Thomas Fischer, coincide con la experta de Hamburgo.
“¿Un combate entre Venezuela y Colombia debido a la imposibilidad de un enfrentamiento armado entre Venezuela y Estados Unidos? Lo dudo mucho. Ninguno de ellos está interesado en que la situación, por tensa que sea, se les salga de las manos”, dice Fischer, convencido de que la discordia entre Caracas y Washington deberá resolverse por la vía diplomática. Ni Fischer ni Soliz de Stange piensan que Obama levantará las sanciones bajo presión de los Gobiernos de Latinoamérica y las Antillas, pero puede haber otras salidas.
“Puede que la Casa Blanca busque el diálogo con los países latinoamericanos y caribeños para explicarles por qué estas medidas eran necesarias, a sus ojos. No se puede descartar del todo que Obama negocie con Maduro, sin ánimos de humillarlo, y le proponga ajustes en su estilo de mando a cambio del levantamiento de las sanciones. Lo que no se sabe es si Venezuela aceptará la mano extendida de Estados Unidos. Después de todo, al estamento chavista le hace falta un enemigo externo para poder mantenerse en el poder”, cierra Fischer.