Villa Schöningen, testigo de la historia
9 de noviembre de 2009Si la Villa está justo detrás o delante del puente, depende del punto de vista: si uno viene de Berlín o de Potsdam. Es muy blanca, romántica y bella con su torre, sus arcadas y el nicho en el cual se levanta, con fondo azul, la estatua de Minerva, la diosa de la sabiduría. En los últimos 150 años, la diosa debe haber vivido muchos momentos en que no podía creer lo que veía. A sus pies han pasado cosas asombrosas, acontecimientos de la historia de Alemania en formas extremas.
El sueño de un rey
Al principio allí vivía un rey, Friedrich Wilhelm IV. Después de ascender al trono en 1840 no conseguió convertir a Prusia entera en un jardín, pero sí convirtió en jardín la región en torno a Potsdam y Berlín. Magníficos arquitectos como Karl Friedrich Schinkel y Ludwig Persius eran la mano derecha del monarca. Junto con el diseñador de jardines Peter Joseph Lenné convirtieron la “isla de Potsdam” en una obra de arte arquitectónico y natural en la cual ciertos puntos panorámicos conducen la mirada, como por casualidad, hacia determinados paisajes o hacia ciertas construcciones de esta Arcadia prusiana.
Una Villa al centro del paisaje cultural
Villa Schöningen fue en su comienzo una casa más bien desgarbada que un especialista en astilleros había mandado construir en 1826 cerca del Glienecker Brücke, el puente sobre el lago Glienicke. Al pie de ese puente, que en un momento unió los cotos de caza y los palacios a ambos lados del Havel, pasó años después la frontera entre la Alemania del Este y la del Oeste.
Debido a que desde la casa desgarbada se podía ver dos importantes construcciones palaciegas de Schinkel, el rey la compró y la hizo convertir –bajo dirección del arquitecto Ludwig Persius- en una villa al estilo italiano. Después del rey habitó en ella el mariscal Kurd Wolfgang von Schöning, de quien conserva el apellido. Posteriormente estuvo por cien años en las manos de los Wallich, una familia judía de banqueros.
Testigo de la historia
Y luego empezó la época del terror nacionalsocialista. Los Wallich fueron expropiados y tuvieron que emigrar. Los nazis usaron la villa primero como biblioteca y después como central militar. Luego se convirtió en hospital para soldados rusos. Terminada la guerra, la asociación de sindicatos instaló ahí su central y puso también un jardín de infantes. Éste se extendió tanto, que el sindicato prefirió dejar todo el espacio para los niños. Estos pequeños ciudadanos de la joven República Democrática Alemana (RDA) tenían que ser educados para ser personalidades cualificadas en el régimen socialista.
En 1961, en el parque de diversiones se echó cemento para la franja de la muerte y el puente fue cerrado con alambre de púas. “El Puente de la Unidad” lo llamó la RDA una vez que estuvieron reparados estragos de la guerra y se reinauguró en 1949.
Guerra Fría y división de Alemania
Había personal armado de la guardia fronteriza cuidando el puente, pues –así se les contaba a los niños- había que protegerlos de los vecinos criminales. A veces los soldados hacían también de Papá Noel. Que ellos también se encargaban de disparar contra quien intentaba huir de la RDA, eso no se les contaba a los niños. Seguro que tampoco supieron nunca que en el fondo del río Havel se había colocado un “césped staliniano”: una alfombra de púas de 14 centímetros. Estaba pensada para el caso de que alguien quisiera saltar del puente. Pero quizá los niños sí se dieron cuenta de que –de vez en cuando- en la línea blanca pintada sobre el puente, estadounidenses y rusos se encontraban e intercambiaban agentes.
Casi una víctima
Las historias que no se le contaban a los niños están incluidas en la exposición que alberga esta recién remozada villa que después de la caída del Muro fue restituida a sus dueños y luego vendida. Mucho tiempo estuvo vacía. Hasta que llegó un inversionista de la Alemania del Oeste que quería construir en ese terreno casas señoriales. La ley de protección del patrimonio lo impidió. En ese tiempo la casa estaba abandonada y de haber pasado un poco más de tiempo habría tenido que ser demolida. Mathias Döpfner y Leonhard H. Fischer pudieron evitarlo a último momento; consiguieron comprar Villa Schöningen, la sanearon y la convirtieron en un museo privado.
Aire libre
En el primer piso habrá exposiciones de arte. En este momento, los Kabakows, Neo Rauch, Marek Piwoski y Josephine Meckseper se encargan de tratar los sucesos y los efectos del fin de la Guerra Fría. En la planta baja, en la exposición interactiva de la austriaca Luna Maculan se narra –con pocos objetos y muchas imágenes- la historia de la casa, de la frontera, del Puente y se cuenta la vida de muchos de los que vivieron, trabajaron y sufrieron en este lugar. Por sus ventanas se puede ver el río, el palacio Babelsberg y los jardines en donde en verano se podrá sentar la gente a disfrutar del aire libre.
Autora; Silke Bartlick/ Mirra Banchón
Editora: Emilia Rojas