Vivo en la zona roja del coronavirus
16 de marzo de 2020Como ya es conocido, por las amenazas de muerte y atentados que he sufrido en represalia por mi trabajo como periodista he tenido que dejar México y buscar constantemente otras opciones de vida para proteger a mi familia y mi trabajo. Habitualmente mantengo mi ubicación en el anonimato por razones de seguridad, pero hoy siento la responsabilidad de compartir mi experiencia personal de las consecuencias reales, fácticas, del COVID-19 coloquialmente llamado coronavirus, considerado ya por la Organización Mundial de la Salud como Pandemia. Y el significado de vivir en la zona roja.
Desde que inició el período en que comenzaron a detectarse los primeros casos en Italia he estado en este país, y actualmente soy una de las más de 60 millones de personas que vive en cuarentena forzada, sin poder salir de Italia, sin poder salir de la localidad donde me encuentro, y apenas con la posibilidad de salir de la vivienda donde habito. Lo que no lograron hacer los funcionarios corruptos mexicanos y los poderosos narcotraficantes lo ha hecho el Covid-19: detenerme, al menos físicamente. Por fortuna mi trabajo no depende totalmente del desplazamiento físico por lo que puedo seguir haciéndolo solo que ahora bajo una circunstancia extrema diferente a las que he vivido anteriormente.
Tomar conciencia del fenómeno ha tenido para mí diversas etapas. La distancia geográfica genera cierta sensación de invulnerabilidad, falsa. Cuando a finales de enero se detectaron los primeros dos casos de personas infectadas por el virus en un aeropuerto de Roma, la situación aún parecía lejana de donde yo me encontraba. Se trataba de una pareja de turistas de la tercera edad originarios de la provincia de Hubei, China, donde se originó la pandemia, que viajaron directamente a Milán, región de Lombardía, en la cual vacacionaron durante 7 días.
La historia parecía una noticia fugaz hasta que, a principios de febrero, los casos en Lombardía comenzaron a conocerse y multiplicarse velozmente, extendiéndose a las regiones de Veneto y Emilia Romagna. Yo tenía un viaje de placer programado a Venecia en esas fechas el cual fui persuadida de cancelar, aunque debo reconocer que me pareció exagerado. Desde entonces, miles de personas han sido infectadas en este país, principalmente en esa región. Mientras escribo esta colaboración, este domingo 15.03.2020, la cifra oficial difundida por el Gobierno italiano es de: 21.157 personas infectadas de Coronavirus, de las cuales 1.441 han muerto, 1.966 ya están recuperadas y 17.750 siguen enfermas.
El 4 de marzo se decretó el cierre nacional de todos los centros educativos, en medio de una falta de claridad en la información que se difundía. Y pese a que los números de personas infectadas crecía, aún pareció un exceso cuando el 8 marzo el presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, decretó cuarentena obligatoria en Lombardia y 14 provincias, 16 millones de personas bloqueadas de un día a otro en la región económicamente más importante y boyante de Italia.
La actualización constante de las personas contaminadas provocó que en Europa y otras partes del mundo esas regiones de Italia fueran consideradas zonas de alto riesgo, y los países vecinos como Francia y Austria comenzaron a cerrar sus fronteras, pero no tomaron conciencia de que el escenario de Italia pronto sería el suyo.
El 9 de marzo la cuarentena se extendió a nivel nacional. Lo primero que cerraron fueron escuelas, bibliotecas, museos, teatros, salas de concierto e iglesias. A falta de vacuna la única medida para evitar el contagio del virus que ataca de manera implacable el sistema respiratorio es prevenir al máximo su propagación.
Italia tiene uno de los mejores sistemas de salud pública de toda Europa que garantiza atención a todas las personas que se encuentren en su territorio, incluyendo a personas ilegales como miles de migrantes desplazados de África por la guerra o pobreza. Sin embargo, el sistema de salud italiano no cuenta con suficientes equipos de reanimación para atender las complicaciones del coronavirus, que provocan una total insuficiencia respiratoria que obliga a que los pacientes sean entubados para recibir respiración artificial. Debido a la rápida propagación del virus llegaron a saturarse de tal forma las salas de reanimación, que comenzó a privilegiarse la atención a personas jóvenes que de la tercera edad. Por eso las medidas extremas tomadas por el gobierno son hasta ahora la única forma racional de frenar la velocidad de la propagación.
Hoy, hace seis días que está en vigor el estado de sitio de facto en Italia. Al inicio estaba muy preocupada pensando en mi familia, a quienes no podré ver quién sabe hasta cuando; sintiéndome particularmente nostálgica de mi país. Al segundo día reflexioné cómo podía ayudar a hacer más llevadera esta circunstancia a las personas que conviven conmigo, y aún no terminaba de entender que ya no era libre de desplazarme a cualquier parte del mundo, cuando al tercer día se anunciaron medidas más radicales: el cierre de todos los cines, gimnasios, restaurantes, hoteles, bares, cafés o cualquier otro negocio comercial, para impedir la reunión de personas, excepto supermercados, farmacias y panaderías.
Desde entonces, nadie puede desplazarse por las calles si no cumple con una de tres condiciones: trabajo, salud o para ir a comprar alimentos o artículos de primera necesidad. Quien se desplaza debe cargar consigo un documento donde declara cumplir una de esas tres condiciones, quien no obedece esta disposición comete un delito que es castigado con una multa de hasta 206 euros, o un arresto hasta de tres meses.
Las calles quedaron desiertas, el transporte público semivacío, y en el supermercado hay siempre fila para entrar, no por desabasto sino para garantizar que se respete la distancia de a menos metro y medio entre una persona y otra. Muchas de las personas van con tapabocas, yo también, no porque el tapabocas per sé evite el contagio, sino, sobre todo, porque previene la propagación. Ningún establecimiento puede estar abierto después de las seis de la tarde en toque de queda por razones sanitarias.
En el tercer día supe que el habitante de una localidad que se encuentra a una hora de distancia de donde yo estoy, aun sabiendo que tenía el virus, rompió la cuarentena y fue al supermercado. Este tipo de acciones han ocasionado que, pese a los esfuerzos de gobierno, sin la participación civil de todos, el plan no funcionará rápidamente.
Cuando las cosas parecían no poder empeorar en el cuarto día tuve que hacerme la prueba del coronavirus debido a que una persona cercana tuvo contacto con otra que resultó positivo. Fue dolorosa, sobre todo por el bastón con la punta de algodón que se introduce profundamente en cada orificio de la nariz para tomar la muestra de mucosa, lo cual genera ardor. También una en la garganta. Hoy, en el sexto día, fui informada que el resultado fue negativo, lo cual fue sin duda una buena noticia, pero cuando pude ir a la panadería ya no había nada, hasta la última horneada del día ya estaba vendida con anticipación, la lista de personas anotadas era larga, y yo no estaba en ella.
Esta noche a las nueve, cientos de italianos en todo el país salieron a sus balcones con una luz encendida en signo de solidaridad y esperanza. Pese al frío en los balcones vecinos al mío pude ver varias luces y la gente abrió sus ventanas para que las calles vacías fueran inundadas con el himno nacional a todo volumen. Yo también encendí una luz, por Italia, por mi familia y amigos, por los millones de indocumentados que viven en Estados Unidos en la sombra, y trabajan sin contrato ni aseguración médica, los que quedarán desprotegidos cuando el pico del Coronavirus azote a esa nación. Y por los más de 100 millones de mexicanos, 9.3 millones en extrema pobreza, que están desprotegidos ante un gobierno impasible que hasta ahora actúa con negligencia, y con un sistema sanitario decadente e insuficiente.
(cp)
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos en Facebook | Twitter | YouTube |