Berlusconi no enmienda
18 de junio de 2003La inmunidad para quienes detentan altos cargos del Estado no es un invento de Silvio Berlusconi, ni de los italianos. De hecho, en las democracias occidentales es común que los parlamentarios y jefes de gobierno disfruten de ella, para evitar que sean víctimas de ataques políticos disfrazados de querellas judiciales y así resguardar la dignidad institucional. También Italia contó, en el pasado, con este mecanismo. Pero fue abolido en los años 90, precisamente como consecuencia de los numerosos escándalos de corrupción que sacudieron a la esfera política.
La ruptura de un tabú
Hasta ahí todo suena más o menos común y no justificaría el revuelo que ha provocado, incluso más allá de las fronteras del país, la nueva ley de inmunidad sometida a votación del parlamento. Pero ocurre que está a punto de llegar a su fin un proceso que se extiende ya desde 1994, en el que se acusa al jefe de gobierno italiano de haber sobornado a algunos jueces romanos, para impedir la venta del consorcio de alimentos SME a un empresario rival. Si bien los cargos datan de un tiempo previo a la entrada de Berlusconi en la política, no pasan inadvertidos los esfuerzos que el multimillonario ha hecho desde su posición de primer ministro para eludir la mano de la justicia. Sobre todo porque no es un primerizo en estas lides y estratagemas.
El hecho de que se pretenda poner coto por la vía de una ley a un proceso en curso es lo que equivale a la ruptura de un tabú. Ni en Italia, ni en ningún estado de derecho, resulta bien visto que un acusado pueda erigirse, por así decirlo, en juez y parte, con el agravante de que en este caso Berlusconi recurre a un instancia por encima de los tribunales: el parlamento.
Malas cartas para Europa
Los detractores del jovial y poderoso gobernante consideran que utiliza su mayoría parlamentaria para actuar al mejor estilo de un buen sastre italiano: confeccionando leyes a su medida. Puede ser que la ley de inmunidad evite a Berlusconi el bochorno de ser sentenciado a una pena de entre 3 y 8 años de cárcel en el caso de los sobornos que se ventila en la corte de Milán. Italia se librará de semejante mal trago justo en el período en que le corresponderá el turno de presidir la Unión Europea, en el segundo semestre de este año. Pero la estrategia, por hábil que sea, resulta demasiado poco sutil como para que no se comente en el exterior con bastante estupor.
Para la "nueva Europa", que con tanto entusiasmo quiso encarnar Berlusconi al secundar los planes bélicos del presidente estadounidense con respecto a Irak, no es lo que podría considerarse la mejor carta de presentación. Ni lo es para el resto de los socios de la UE. ¿Cuánto peso político internacional podrá poner en la balanza una figura tan rutilante como turbia, que en casa no se atiene a las reglas del decoro político?