¿Buenos negocios con 'arte degenerado'?
6 de julio de 2011Publicidad
El debate se ha centrado durante años en los museos y herederos de los antiguos propietarios que exigen la devolución de las piezas robadas. Pero poco se ha hablado del papel de los comerciantes de arte.
En la muestra “¿Buenos negocios? –El comercio de arte en Berlín entre 1933 y 1945”, un equipo de 18 historiadores de arte e investigadores culturales ilustra, en el Centro Judío de Berlín, el resultado de dos años de meticulosa búsqueda, promovida por la asociación Museo Activo.
Desplazados del negocio
Guías de teléfonos y direcciones de la época sirvieron para ubicar a unos 800 comerciantes y subastadores de arte. Hacia 1938, un tercio de los colegas judíos había sido desplazados del negocio, resume la muestra. Nuevos comerciantes se establecieron en Berlín. Y el comercio aumentó, también a consecuencia de la incautación o compra forzosa de propiedades de judíos obligados a emigrar o deportados.
Las autoridades culturales nazis controlaron lo que quedó del comercio de arte de Berlín, y se beneficiaron así múltiplemente del “desplazamiento” de los judíos, señala la curadora de la muestra y presidenta de Museo Activo, Christine Fischer-Defoy.
La muestra documenta el destino de 14 comerciantes de arte, un mosaico de víctimas y victimarios, y diversos matices entre los extremos. Bernhard Böhmer, por ejemplo, perteneció al selecto grupo de quienes pudieron seguir operando con arte moderno, con una licencia del Gobierno nazi. “Cabeza de Jano”, reza su placa en la exposición.
¿Por el bien del arte?
Böhmer, que tenía amistad con el artista Ernst Barlach, “se benefició naturalmente comerciando con el llamado ‘arte degenerado’, que incluía la obra de Barlach; pero por otro lado, logró salvar con ello varias piezas de Barlach de su destrucción por los nazis”, explica Fischer-Defoy.
Este fue el argumento con que muchos comerciantes se defendieron tras la guerra. El galerista Alfred Flechtheim, sin embargo, fue perseguido por comerciar con arte contemporáneo… y por ser de ascendencia judía. Flechtheim huyó de Alemania en 1933 y trabajó en París y Londres.
Flechtheim murió en 1937 en Londres. Su mujer, que había quedado al cuidado de la colección privada en Berlín, se quitó la vida en la víspera de su deportación. “La colección se halla desparecida hasta hoy”, cuenta la curadora. Y ya hubo, 80 años después, un escándalo de falsificadores que pretendieron haberla hallado.
Otro ejemplo es el del comerciante y subastador de origen judío Paul Graupe, activo con una licencia especial hasta 1939. Obligado a abandonar Alemania dejó su negocio a un empleado, Hans Lange. Éste se convirtió en uno de los más renombrados comerciantes de arte robado en Berlín, haciéndose con colecciones completas de judíos perseguidos y deportados.
Diferente es el caso de Karl Nierendorf, que no era judío, comerciaba con arte contemporáneo, y en algún momento tuvo que dejar de vender o siquiera mostrar las piezas en su poder. Una gran exposición del expresionista alemán Franz Marc, durante las Olimpiadas de 1936, se convirtió en su despedida en Berlín. Emigró a Nueva York en 1936 y estableció allí su negocio. “Pero Nierendorf, a diferencia de otros, se negó a vender arte moderno incautado”, destaca Fischer-Defoy.
¿Culpa de quién?
La exposición se ocupa de la política cultural nazi y sus planes de un gigante “Museo del Führer” en Linz. Además, ilustra del rol de los Aliados y el Gobierno federal alemán en la posguerra: la búsqueda de las obras pérdidas, la investigación de su procedencia, o su registro y devolución, que comenzaron muchos años más tarde.
Comerciantes de arte presentes en un panel de expertos que debatió la muestra, sin embargo, se niegan hasta hoy a aceptar la tesis de que el ramo colaboró en su beneficio con la obra de exterminio nazi. “La investigación del origen, debe comprobar la autenticidad de la de la obra de arte, no a quién le perteneció o no”, llegó a decir el subastador Timan Bassenge. “Esos objetos tienen también su destino y tienen que tenerlo, pues el arte se posee siempre de forma temporal, en préstamo”, aseveró.
Claro está que al comercio de arte le interesa, sobre todo, el dinero. Pero a los investigadores les interesa “obtener conocimiento sobre los procedimientos de la época”, respondió Meike Hoffmann, investigadora del proyecto “Arte degenerado”, de la Universidad Libre de Berlín. Así que no van a conformarse con la idea, dejó claro Hoffmann, de que “una obra tiene su destino”.
Autor: Christiane Kort / Rosa Muñoz Lima
Editor: Pablo Kummetz
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