El dolor ajeno
5 de julio de 2006“Es un poco difícil contenerse después de haber alcanzado el paso a la final, pero Alemania ha organizado un excelente Mundial, convirtiendo el fútbol en un festejo de las culturas. Su hospitalidad no ha tenido límites y sería de mal gusto restregarles en la cara el triunfo”, dijo a DW-WORLD uno de los hinchas italianos.
Llanto en las tribunas
Cuando sonó el pitazo final del partido, la reacción del público presente en el estadio de Dortmund fue representativa del espíritu mundialista.
Con llanto en los ojos, los 62.000 espectadores se levantaron de sus asientos para aplaudir al vencedor en un gesto de grandeza que fue complementado con un cántico que empezó como un rumor y en cuestión de segundos llenó el estadio.
“¡Deutschland, Deutschland!” (¡Alemania, Alemania!) gritaban los aficionados sin ocultar su tristeza. En sus voces se evidenciaba el dolor que produce el fin de un sueño y, sin embargo, con la cabeza en alto, hinchados de orgullo, alentaron a los jugadores de su selección hasta que estos desaparecieron en el túnel rumbo al camerino.
Los italianos -congregados en las graderías detrás del arco en el cual su selección marcó los dos goles- se abrazaban mutuamente llenos de contento y cuando encontraban en su camino a un aficionado alemán le expresaban sus condolencias con una frase que resumió el ánimo de la noche: “¡Qué buen partido!, lo siento”.
Una multitud silenciosa de italianos y alemanes abandonando conjuntamente el estadio remplazó a las alegres comparsas a las que se había acostumbrado el país anfitrión al final de cada juego de su equipo durante el Mundial.
Las calles de Dortmund
La caravana de autos haciendo sonar sus bocinas festejando el triunfo y la larga fila de peatones rumbo al centro de Dortmund que contestaban agitando la bandera alemana no se vio por ningún lado.
Solamente uno que otro grito esporádico de “¡viva Italia!” rompía por un par de segundos el callado regreso a casa de la afición alemana en lo que parecía una marcha fúnebre, el entierro de una esperanza: jugar el domingo en Berlín la final del Mundial.
La escena se repetía en cada esquina; apesadumbrados y acongojados alemanes maquillados con los colores patrios -negro, rojo y amarillo- vistiendo la camiseta de su selección, secando sus lágrimas con la bandera, consolándose unos a otros.
Los italianos entre tanto pasaban a su lado sonriendo, aunque siempre demostrando comprensión por el dolor ajeno, se abstenían de expresar mayores muestras de su felicidad.
El centro de Dortmund, en las afueras de la estación central de trenes, fue al término del juego el punto de encuentro de los aficionados venidos desde distintos rincones de Alemania.
Tirados en el suelo, sin la más mínima energía para cantar o bailar como lo habían hecho fervorosamente durante las últimas semanas, reposaban su amargura.
El Mundial alemán se tornó en luto para el pueblo organizador y la fiesta se trasladó a Italia.