Entre el hierro ardiente y la actividad sindical
26 de julio de 2009Es necesario tomarse tiempo. Thomas Zimmermann hace una pausa en la plataforma para visitantes de la fábrica de acero de Duisburgo-Beeck y echa el casco de protección blanco hacia atrás. Fascinado, mira la grúa que vuelca el acero bruto líquido en el crisol. A varios metros de altura saltan chispas cuando la ardiente masa roja se derrama en el recipiente. "Esto es sencillamente gigante. Lo miro cada vez". Y eso, a pesar de que el miembro del comité de empresa conoce el espectáculo desde hace más de 30 años.
"Cualquiera podía convertirse en algo en Krupp"
En 1975 comienza a trabajar para Krupp. El chico de 17 años nacido en Duisburgo está allí y la empresa busca obreros desesperadamente. En un tablón en la oficina de personal cuelgan una cincuentena de ofertas de trabajo: conductores de grúas, maquinistas, asistentes de material. Thomas Zimmermann se decide por esto último. En adelante estará encargado de que los materiales fluyan sin problemas en la acería de Duisburgo-Rheinhausen.
El comerciante de profesión hace rápidamente carrera. Aprende en la escuela para adultos cómo se utiliza un ordenador. "Quien se esforzaba, podía llegar a ser alguien en la vida", dice mientras echa una última ojeada al crisol y sube las escaleras hacia las taquillas para reunirse con sus compañeros. La principal ocupación de Thomas Zimmermann es la de especialista en ordenadores. Sin embargo, hoy ejerce también su función como miembro del comité de empresa y reparte octavillas para la próxima reunión informativa.
Encarnizado conflicto laboral
Como trabajador del metal da por descontado el compromiso sindical. "En los años 70 uno debía primero afiliarse a IG Metall antes de poder firmar el contrato de trabajo", dice no sin orgullo en la voz. Nadie sabe mejor que él que los trabajadores necesitan una representación combativa. En 1982, Zimmermann y sus colegas se enteran por las noticias de televisión que la fábrica de Rheinhausen iba a cerrar. De forma espontánea abandonaron el trabajo y organizaron piquetes. "Todavía hoy lo siento en mis carnes, una lucha como aquella no se olvida", dice. Dos meses dura la huelga, hasta que la empresa pacta un compromiso: los despidos por necesidades de la empresa son descartados, los compañeros más veteranos reciben indemnizaciones y los jóvenes son distribuidos en otras factorías. En adelante, Thomas Zimmermann trabaja en Bochum, donde debe empezar de nuevo como asistente de material.
"¡Chica, ve a Krupp!"
Pero la reducción de personal no ha llegado a su fin. De 1991 ha 1994, prácticamente se reduce a la mitad el número de trabajadores. La fusión con la competidora Thyssen un par de años más tarde cuesta empleos adicionales. Pero el miembro del comité de empresa está seguro de que, sin el sindicato IG Metall, la cosa aún habría pintado peor. "La actividad sindical es más importante para mi que ganar dinero". Apenas hace tres años tuvo que negociar de nuevo un convenio laboral. El último fue pobre, pese a las ganancias de miles de millones que ThyssenKrupp registra cada año. "No quiero ni pensar, que pasará, cuando las cosas vuelvan a ir mal en el sector".
No obstante, también hay cosas positivas que reseñar. La empresa ha prometido crear más puestos fijos para aprendices. Y por eso Thomas Zimmermann le dirá a su hija, que el año que viene acaba el bachillerato: "Chica, ve a Krupp".