Rusia: la fortaleza de Putin
7 de diciembre de 2017No es sorprendente que Vládimir Putin se presente a la reelección de las presidenciales rusas. Como tampoco dejará perplejo a nadie cuando en primavera se convierta en el ganador de este espectáculo. Su cuarto mandato será hasta 2024 cuando tenga 74 años. Si es así, entonces habrá gobernado en Rusia durante un cuarto de siglo. Nadie sabe lo que sucederá después.
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Contrincantes sin importancia
El Kremlin ha creado un sistema de manipulación electoral muy ingenioso. Solo pueden presentarse a las presidenciales ciertos contrincantes escogidos y que no tienen naturalmente ninguna posibilidad de ganar, entre ellos, dinosaurios políticos como el populista de derecha Vládimir Jawlinski, el viejo líder comunista Gennadi Sjuganov o el liberal formal Grigori Jawlinski. Todos ellos son personas apagadas y agotadas, que ya no despiertan pasiones en Rusia.
Al Kremlin, por su parte, le parecería tan profana la "victoria” contra esta vieja guardia de los años 90 del siglo XX que se sacó de la chistera a una chica glamurosa, Xenia Sobchak, una especie de Kim Kardashian rusa. Es la hija de Anatoli Sobchak, el antiguo alcalde de San Pertersburgo y antiguo jefe de Putin. Este la conoce desde que ella iba a la guardería. Si ella intentara, alguna vez, atacar con severidad y retórica electoral, Putin sabría como encajar el golpe en su gran corazón paternal. Además, el Kremlin tiene a todos los medios de comunicación estrictamente controlados.
Sin embargo, las elecciones a la alcadía de Moscú mostraron en 2013 que Navalni tiene un gran potencial político y que podría robarle a Putin el aura de una victoria holgada. Para el Kremlin es muy arriesgado con vistas a las elecciones en 2018.
Desmovilización versus aclamación
El Kremlin tiene ahora otro dilema. Para garantizar su poder, este ha llevado a cabo una desmovilización política premeditada, evitando que se pudiera formar de alguna manera una oposición política de otra índole y usando todos los medios posibles, como la represión o la marginación. El resultado es que la sociedad rusa está inundada de apatía política, lo que a su vez ha permitido un régimen cleptocrático liderado por Putin y su élite.
Las recientes elecciones parlamentarias de hace un año mostraron en qué dirección va el país: la gente, sobre todo en las grandes ciudades, no acude a las urnas. Sin embargo, esta es precisamente la reacción que teme el Kremlin, porque esto no le concede a Putin la legitimación y el aura necesarias ni tampoco la impresión de que el pueblo aprueba el régimen, incluso si obtuviera porcentualmente dos tercios en la primera votación. Por eso, la tarea del Kremlin durante los próximos meses es movilizar a la sociedad rusa políticamente apática sin tener que poner en marcha una duradera y verdadera pugna competitiva en la política interior rusa. Todo los indicios parecen señalar que la narrativa usada por el Kremlin, "Rusia, una fortaleza sitiada” es la solución al dilema. Rusia se ve amenazada por "enemigos del extranjero”, por los liberales occidentales, por los islamistas del sur y el este, por un Comité Olímpico Internacional conspirativo y por los medios de comunicación extranjeros.
No es de extrañar que Moscú pueda aumentar su retórica antioccidental y la política rusa incluso sea globalmente más agresiva. Occidente debe actuar con tranquilidad y sensatez. No debería reaccionar ante las provocaciones que tienen como fin que Putin obtenga más votos y siga en su cargo.
Antes de las elecciones y después de las elecciones, todo igual
Después de la posible victoria de Putin en primavera de 2018, la tendencia orquestada será la desmovilización política de la sociedad rusa. A más tardar para el Mundial de Fútbol se dará marcha atrás a la postura antioccidental. Después, la élite política se preguntará qué sucederá tras 2024: ¿Putin propondrá un verdadero sucesor para 2024 o quiere seguir gobernando? Para ello, tendría que modificar la Constitución. Pero eso tampoco sería una sorpresa y podría proclamarse zar Putin de por vida. Entonces el Kremlin ya no se vería en el dilema de tener que movilizar a la sociedad rusa cada seis años.
Ingo Mannteufel (RMR/ELM)