Venezuela ha caído en una trampa
23 de marzo de 2014
Venezuela ha caído en una trampa que la mantiene inmovilizada. El país pareciera estar al borde de una guerra civil. Al Gobierno de Nicolás Maduro, que luce impotente frente al estado de la nación, sólo se le ocurre articular una retórica incendiaria y aplicar medidas represivas para solucionar su conflicto con los estudiantes que protestan desde hace semanas. Y en el otro extremo del espectro político venezolano, la oposición exhibe de nuevo su incapacidad para erigirse en una alternativa democrática y digna de ser tomada en serio.
Falta voluntad política para hallar una solución
El país no saldrá de su parálisis política porque las barricadas ardan cada noche en las grandes urbes o porque se registren nuevos muertos cada día. De hecho, observando los acontecimientos fríamente, cabría decir que ni siquiera las protestas estudiantiles han contribuido sustancialmente a deshacer el nudo que ahorca a Venezuela. Las manifestaciones atrajeron la atención internacional a corto plazo y sirvieron para demostrarle al mundo aquello de lo que es capaz un político autoritario y desfasado como el presidente Nicolás Maduro.
Pero si los venezolanos se quedan enfrascados en esta rutina, al final lo que va a quedar es un montón de gente frustrada en un país marcado por el desgobierno, la hiperinflación, el desabastecimiento y la violencia desatada. Ahora, cuando están por cumplirse dos meses de brutales enfrentamientos, Venezuela luce incapaz de ayudarse a sí misma. Esa sería la opción más deseable, pero para sacarse a sí mismos de este embrollo los bandos en discordia tendrían que mostrar tanto la voluntad política como la destreza política que el caso amerita.
Las dificultades de la comunidad de Estados
Cuando el presidente Maduro dice estar abierto al diálogo con la oposición y al mismo tiempo encierra a sus portavoces en prisiones militares, uno tras otro, el Gobierno venezolano aplica una maniobra que es tan insincera como transparente. De ahí que la mediación externa sea imprescindible. El problema es que a la comunidad de Estados latinoamericanos parece costarle mucho intervenir en la materia: la mayoría de los países de la región se ha limitado a hacer comentarios inocuos sobre el valor de los derechos humanos y la democracia.
Estas reacciones son tan extrañas que es casi un consuelo no ver a buena parte de los países latinoamericanos intentando congraciarse con Venezuela como lo ha hecho Argentina al jurarle solidaridad al Gobierno de Maduro sin que nadie se lo pidiera. No obstante, ahora hay un plan de acción: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) ha asumido la tarea de analizar la situación venezolana para después, quizás, mediar entre los actores enfrentados. Pocos recuerdan a quién se le ocurrió la idea, pero esa iniciativa es cualquier cosa menos feliz.
El error de Brasil
La neutralidad de la Unasur deja mucho que desear, dominada como está por mandatarios de izquierda como el propio Maduro. Además, la misión de observadores de ese organismo se basa en una cláusula contractual que no busca proteger a las instituciones democráticas, sino a los gobernantes en ejercicio. Si la Unasur llega a poner en marcha su proyecto de mediación, será mejor que la oposición venezolana no se haga muchas ilusiones. Por otro lado, ¿qué nos dice este estado de cosas sobre el liderazgo de Brasil en América Latina?
El sólo hecho de que sea la Unasur la que dio un paso al frente para sacarle las castañas del fuego a Venezuela dice volúmenes sobre el fracaso del país que se autodenomina “una potencia regional”: Brasil juega un rol muy lamentable en este conflicto. El ministro de Exteriores brasileño, Luis Alberto Figueiredo, dejó claro en una entrevista que no quería emitir juicios sobre los sucesos de Venezuela, alegando que la no interferencia en los asuntos internos de otras naciones era uno de los pilares de la política exterior brasileña.
Peligrosa pasividad
Curiosamente, esa postura no impidió que Figueiredo justificara la intervención rusa en la crisis de Crimea en el curso de la misma entrevista. ¿Y qué hay de la mujer fuerte de Brasilia? A decir verdad, la presidenta Dilma Rousseff no sobresale como una adversaria de su homólogo venezolano. Ocasiones de sobra ha tenido para conseguir que Maduro la escuchara y entrara en razón. Pero ni siquiera su talante de política pragmática llevó a Rousseff a querer desenmarañar el enredo en que se ha convertido el conflicto interno venezolano.
Considerando los intereses económicos que Brasil tiene en Venezuela, es difícil explicarse que Rousseff haya evadido su responsabilidad y dejado pasar tan buena ocasión para lucirse políticamente en la arena internacional. Esa decisión no es una pequeñez de escala regional, sino un error estratégico. Mientras tanto, algunos politólogos dedicados a analizar la situación venezolana esperan que la crisis local sirva de partera para una tercera fuerza política que, a su vez, termine de resolver el conflicto que inmoviliza al país.
Pero ésas no son más que ilusiones académicas. Un escenario como ése no se hará realidad en el futuro cercano. Mucho más real y probable es la posibilidad de que, a corto plazo, fuerzas externas se posicionen en ese mercado de materias primas que es Latinoamérica para pescar en río revuelto. Como muestra, un botón: ya son dos las ocasiones en que China le ha otorgado un crédito multimillonario al actual Gobierno de Venezuela.
Si la comunidad de Estados latinoamericanos no toma iniciativas y envía señales claras, todo un continente puede caer en una trampa, más pronto que tarde, y verse inmovilizado.