Nuevos paradigmas
2 de diciembre de 2011Deutsche Welle: Señor Röttgen, las emisiones de CO² aumentaron este año como nunca antes. ¿Vale realmente la pena emprender el viaje hacia Durban?
Norbert Röttgen: Sea como sea, sería injustificable no hacerlo. No sabemos cuánto se logrará o se fracasará, pero es lo mínimo que podemos hacer. Justamente cuando el abismo entre las emisiones globales de CO² y lo que se hace para reducirlas en diversos Estados crece cada vez más, es imprescindible hallar una respuesta global para este reto global, trabajar en la solución a este problema de la Humanidad. No importa cuán ardua sea la labor, no hay alternativa.
Muchos de los analistas que observan desde hace años la política climática mundial aseguran que de Durban se saldrá una vez más con las manos vacías, o llenas de falsas promesas. ¿Cuán modestas son las expectativas que lleva usted a Sudáfrica, en representación de Alemania?
Creo necesario insistir en que si bien la comunidad internacional no ha encontrado hasta hoy ninguna solución adecuada para enfrentar el cambio climático, tampoco es justo decir que sólo se han producido falsas promesas. En la conferencia de Cancún establecimos por primera vez, de forma vinculante, la meta de reducir a dos grados el calentamiento global.
Además, se ha impulsado una buena cantidad de medidas a nivel nacional, no sólo en Europa y específicamente en Alemania, también en China, en países africanos y de otros continentes. Esto indica que algo se mueve. Ya acordamos medidas financieras, existe una ventana de financiamiento rápido hasta 2012 (Fast Start Finance), programas de protección forestal, tecnologías. Trabajamos también en la implementación de métodos de evaluación de estas medidas, para garantizar la transparencia. Todo esto está ocurriendo.
No obstante, se tiene la impresión de que se trata de una carrera contra reloj que la política no podrá ganar…
Eso está por ver. En algún momento, dentro de unos años, a más tardar dentro de una década, se habrá vencido el tiempo del que aún disponemos para actuar preventivamente; el punto crítico, para decirlo de algún modo, a partir del cual dejaríamos de tener el control sobre el calentamiento global. Ahora es todavía posible ganar ese control, pero sí, es una carrera contra reloj. Y las emisiones aumentan, mientras la capacidad de negociación de la política internacional más bien se estanca.
Países como los EE.UU., China e India se oponen a tomar acuerdos concretos, cada uno con razones diversas entre sí. ¿Existe realmente la posibilidad de vencer, al menos parcialmente, la resistencia de estas naciones?
En lo que respecta al acuerdo internacional, al menos a corto plazo, no. A lo que aspiramos en esta conferencia en Durban es a que ambos países [China y EE.UU.], responsables de casi el 50 porciento de las emisiones globales, acepten aprobar un cronograma, en el marco del cual habría que llegar a acuerdos vinculantes que se hallen a la altura del problema. Esto es lo que, desde nuestro punto de vista, ellos deberían aceptar. Y creo que el foco de la negociación está ahora puesto sobre la posibilidad de que se logre aprobar este cronograma. Trabajamos fuertemente en esta dirección.
Los chinos podrían decidir un cambio “desde arriba”, si quisieran, pero la política interior estadounidense parece estancada. ¿Cree usted que pueda moverse algo en Washington?
Creo que no se trata tanto de que el Gobierno estadounidense tenga una visión muy diferente del problema que la que tienen el Gobierno alemán o la Comisión Europea, sino de que el Gobierno estadounidense no tiene el control de su política interior. O, para decirlo de otro modo: con este tema no se pueden ganar las elecciones, pero sí perderlas. Para los republicanos y hasta para una parte de las filas demócratas, éste ni siquiera es un tema. No es visto como un tema clave o prometedor, y ello se refleja en amplias capas de la opinión pública.
Esto debilita la capacidad de acción de la política estadounidense en este terreno –lo cual representa problema para el mundo, pero también para los propios EE.UU. Y es que éste es un importante campo de acción de la política y la política económica internacional, de las relaciones hacia los países emergentes y en vías de desarrollo. Así que éste amenaza también con convertirse en un campo en el que la erosión de la capacidad de actuación internacional estadounidense se hace cada vez más visible, algo de lo que nadie se alegra en Occidente.
Alemania se ubica a sí misma, probablemente con razón, en la vanguardia del uso de tecnologías verdes, del desarrollo de una conciencia ecológica en el más amplio sentido. ¿Goza Alemania efectivamente de alguna especial autoridad en una conferencia como ésta?
Creo que tenemos una alta reputación. La palabra de Alemania tiene peso porque somos creíbles y actuamos con más fuerza a nivel nacional que lo que exigimos a nivel internacional, gracias a nuestro potencial económico y know how tecnológico, y gracias también a que esa política que usted ha descrito –de innovación tecnológica y conciencia ecológica– tiene un fuerte asidero en la sociedad alemana. Ésta es una parte fuerte y coherente de la política alemana, que sobrevive a los cambios de Gobierno.
Alemania es ahora la primera de las grandes economías industrializadas que ha anunciado su retirada del campo de la energía nuclear. ¿Es esto una oportunidad o una amenaza para su balance climático?
Se trata claramente de una oportunidad, pues esta retirada estará vinculada a su vez a un nuevo camino hacia la eficiencia energética y el uso de las energías renovables, que deben cubrir el 80 porciento del abastecimiento energético en el año 2050. Tenemos, además, un presupuesto europeo de emisiones de CO² en el sector energético a partir del 2013. Y se trata de un presupuesto fijo, decreciente, que no debe violarse.
Así que [nuestra retirada] no debe tener ninguna repercusión sobre el balance europeo. Más bien debe ejercer presión para invertir en energías renovables. Todo está más claro ahora para los inversores y la política presiona para impulsar el uso de energías renovables y desarrollar la infraestructura, de modo que los resultados sean cada vez mayores y más medibles. Este cambio es también política ambiental, por la reducción de emisiones de CO².
En la cumbre de Copenhagen, que comenzó con grandes esperanzas y acabó con enormes decepciones, se aprobó, entre otros, un fondo anual de 100.000 millones de dólares para apoyar la adaptación de los países en desarrollo a partir del 2020. ¿Es ésta una opción realista en tiempos en que la crisis económica remueve al globo?
Creo que sí, porque la crisis económica es una señal de alarma del mismo problema: falta de sostenibilidad, orientación al exceso de ganancias a corto plazo. Es un modo de vida, de funcionamiento económico y político que actúa como si el mañana no existiese. Y esto vale tanto para los mercados financieros como para las condiciones ecológicas del desarrollo.
No experimentaremos un desarrollo económico sostenido si no protegemos los fundamentos de la vida, si no desarrollamos procesos industriales y procedimientos económicos a tono con el medio ambiente. Ambas cosas van de la mano. No es una contradicción, sino una señal de alarma que se manifiesta a través de los mercados financieros y las deudas públicas, e indica que esta vida a todo tren sólo lleva al colapso. Se tratará quizás de un cambio cultural, junto con el cambio económico y energético: terminar con la vida costa de las próximas generaciones.
Pase lo que pase en Durban, usted habla de apostar por algo más, por otro tipo de política industrial, más sostenible…
Es la paradoja de la Modernidad, que justamente en el éxito económico, tal y como aspiramos a él hoy, radica la causa de seamos incapaces de lograrlo en el futuro, pues le estamos robando su sustento. Es por eso que necesitamos un nuevo paradigma de desarrollo y crecimiento económico.
Entrevista: Alexander Kudascheff / RML
Editor: Enrique López Magallón